Los
seres que ahí se concentraban se veían preocupados y caminaban muy rápido y
algunos hasta corrían solo unos metros deslizando sus pies para ganarle a quien
cerrase una puerta, en una lucha de picardías para capturar la medicina. El olor etílico es muy notorio apenas se ingresa
pero luego los motivos por los que se está en los lugares de salud, hace que ni
eso ni otras cosas molesten o se noten. Y quizás el detalle de una puerta rota
o el recuerdo del frío puedan ser agradables si para ese momento alguien recibe
una buena noticia. Allí se ven los más duros contrastes, los de la recuperación
y la muerte. Qué lejanas resultan todas
las fórmulas sobre la lucha de clases, de los ricos y sus placeres, de los
pobres a quienes se los supone tristes, desatendiendo la singularidad de los
hombres y sus recaudos, sus maravillosos elixires pequeños… siempre… el
vanidoso enojo con el mundo, las eternas
mediciones del perjuicio. Todas ellas se hacen cuando se está sano, en cambio
en el tajante momento en que la
condición física se pierde esa es la única diferencia entre el beneficiado y el
perjudicado. Porque al déficit del dinero o mejor decir al contraste de clases lo
reparan varias cosas, el amor, el suave fanatismo, la posesión carnal, pero en
cambio a las señales del cuerpo y su producto, las amenazas, no hay manera de
olvidarlas. Ella vuelve una y otra vez con dolores novedosos y quien por esa condición se ve acostumbrado a
pensar, entonces aprenderá que entre la vida
y la muerte solo existe el sosiego del amor, los pujantes alumbramientos, el anhelo
de reírse, las suaves caricias de las madres… y no demasiado más, en eso el mundo
es pequeño.
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