Al
salir para encontrarse con su prima Evangelina descubrió que su vecina lo
observaba desde su ventana, y en el medio de ese atardecer en que las nubes
parecían caerse por el peso de su negrura, no conseguía desprenderse de su
nostalgia a pesar de ver en aquel rostro
una armonía que parecía entrar poco a poco en él. Esa mujer lo conocía hace
mucho, desde que todavía no era mujer. Como las noticias graves se esparcen fácilmente era
seguro que ella sabía su historia y por esa mirada relajada y precisa, casi sin
timidez, se sintió aceptado tal como lo era por su prima. Al ser una mujer
quien lo observaba creyó que todavía el mundo le reservaba un lugar…, aunque
también le causaba vergüenza y bajo su mirada como si toda situación nueva
pudiese delatarlo de eso que le había pasado y también lo definía. Siempre le
quedaría la duda sobre quien era él. Es imposible separarse de los hechos.
Tras
caminar dos cuadras escuchó que lo insultaban y se volvió para escudriñar el
escenario hostil, presintió que eran cien ojos que lo observarían mal y no solo
dos como los de un hombre que se le impuso desafiante en el límite de su
valentía. Porque instantáneamente efectuó dos pasos hacia atrás. Era un hombre
extremadamente pequeño que daba la idea de ser la primera vez que se decía por
un acto temerario. Al ver en ese rostro desconocido dos ojos que se contraían
de miedo, entendió aliviado que ese hombre se encontraría quizás peor que él, y
ni le dieron ganas de enfrentarlo.
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