Puede
que el sol que abriendo el día, creando en el verano la cordialidad de las
mañanas, sencillas de empezar, me
inducía a que observe meticulosamente el rostro dormido de Ingrid
acomodando la sábana que cubría la mitad de su cuerpo encogido, para crear así,
distintas imágenes de lo mismo. Ligeras modificaciones en una mujer amada
multiplican las facetas del amor. En mi interior, dispongo de la imagen de su
rostro infinidad de veces y son distintas unas de otras, son gestos de Ingrid que abren mi amor o a veces
refuerzan morbosamente mi obsesión, porque no es del todo bueno contar con
tantas maneras de pensar en alguien. En cambio, las imágenes de otras personas
que no son más que afines se
definen como conceptos hasta que se
diluyen y dejan de ser. Salvo el rostro de la tía, de quien recuerdo olores que
acompañan la sonrisa que procedía a cualquiera de mis felicidades y luego la
acompañaban con un leve fruncido de los labios emocionados, cuando caminaba con
su tan querible rodete. Besé a Ingrid suavemente en la frente y sentí un
desprendimiento triste cuando salí de casa para ir a visitar a Paulo y su
esposa, que habían regresado de su viaje.
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