jueves, 12 de diciembre de 2013

Novela los culpables. Un hombre maduro con una jovencita


Recuerdo la vez que cenamos los tres juntos y se crean nuevas ideas, ahora a las tres de la mañana. La madre hace lo que puede cuando le toca estar en el agrio lugar filicida. Y maneja entre quiebre y quiebre de la postura, la actuación, eso que reniega a sacarse de encima. La conducta indebida, que a su pesar y conocimiento la sigue deformando, aquello que queda cerca de la maldad. Pero no desiste a abandonar aquel ego deficitario, y sigue siendo en detrimento de su hija. La malicia es igual de irritante se la comprenda o no. En los semitonos de su voz se distingue una culpa, una oscuridad,  que sale a través de un envión descarnado, y luego se diluye en una tristeza inmediata y parece derretirse en la nada, pero aun así no deseo  apiadarme de ella.

¿Qué rol cumple Ingrid frente a su madre? No es tan claro, pero era en cualquier caso su vasallo. Y si bien me desagradan los subordinados psíquicos; su edad, la maternidad aplastante, me sumen en una pena de amor, para luego ser furia abrumadora y luego venganza calma.  Las  veces que  me ahogo  en estos encierros mentales  me retuerzo al reconocer cómo se debe oscurecer el alma quebradiza de mi niña. Ahí, siento su edad. 

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